Este año, a causa de la pandemia y del traslado de la biblioteca a su nueva ubicación, no ha podido realizarse el Taller de lectura. Sin embargo, durante abril y mayo, sí se llevarán a cabo dos actividades puntuales, dos encuentros de lectores.
El primero, con motivo de la celebración del Día del Libro, tuvo lugar ayer en la Sala de usos múltiples de la nueva biblioteca. La obra sobre la que se habló fue La librería de monsieur Picquier, del francés Marc Roger.
El señor Picquier, ex librero y obsesionado con los libros, está quedándose ciego y convence a un joven trabajador de la residencia de mayores a donde ha tenido que trasladarse para que le lea. Grégoire, que hasta entonces ha sido poco amante de los estudios y ha dejado el instituto para trabajar en la cocina de la residencia, poco a poco empezará a adentrarse en el nuevo mundo que Picquier, a modo de un anciano Pigmalión, le ofrece, descubriendo lo que la lectura puede le aportar y lo que es capaz de enriquecer al ser humano.
El libro es la historia de una amistad fuera de los cánones convencionales y es, desde luego, un homenaje al poder transformador de los libros pero es además la crónica de dos viajes. Uno es el viaje iniciático de Grégoire, que no sólo descubre la lectura sino también el amor, la pasión, la amistad y el valor de enfrentarse a dificultades y retos. Gracias al viejo librero, a sus diez y ocho años, el joven echa a andar, de una forma más plena y consciente, por el camino imprevisible y por momentos duro de la vida adulta. El otro viaje, el otro camino que se dibuja en la novela, es el que los mayores ingresados en la residencia recorren en la última etapa de la vida. En este sentido, conmueve la forma en la que la obra aborda un periodo lleno de carencias, tanto materiales como humanas. La falta de salud marca el principio del fin, pero al deterioro físico se une en muchos casos la soledad, la forma en la que los ancianos viven sus últimos años al margen del resto de la sociedad.
La novela se adentra en el terreno pantanoso de la tristeza, sin embargo, la sortea con pinceladas de humor, con una buena dosis de poesía (algunos finales de los capítulos son brillantes) y con la referencia a todo aquello que nos conecta con una vida plena: los libros pero también el deseo, el amor en el sentido más amplio, la conexión con la naturaleza o los viajes, esas aventuras que nos acercan directamente al conocimiento, ese vivir fuera de nuestra zona de confort que nos lleva al verdadero aprendizaje.
En este recorrido por el último tramo de la vida del señor Picquier, el autor nos cuenta que Grégorie ama los árboles y llega a amar los libros y que el viejo librero ama los libros y ama las piedras. En la última aventura que Picquier propone a Grégoire, éste emprende un camino hacia la tumba de Leonor de Aquitania, una escultura de piedra de una reina yacente con un libro en la mano. Con los ojos abiertos, Leonor mira no al libro sino al cielo, mostrando su fe en la resurrección de la carne, aportando a la historia de este ateo reconocido que no ha querido despedirse de su joven amigo, al menos un ínfimo anhelo de esperanza.
El final de la historia, una comunión perfecta entre el librero y sus grandes compañeros de vida, no puede ser más adecuado y grato para el lector, que ha disfrutado de una obra bien escrita, interesante, con capacidad de emocionar y de provocar más de una reflexión sobre lo que puede ser superfluo y lo que resulta sustancial en la vida.
